Largas noches con mi mariposa negra,
revoloteas en la penumbra de mis sueños,
tus alas de deseo rozan mi alma entera
y el silencio se quiebra entre susurros pequeños.
Tus manos atadas a la madera de mis ansias,
temblorosas, sumisas, entregadas al juego,
la seda de tus dedos se rinde sin distancia
y el tiempo se detiene, prisionero de tu fuego.
Tu cuerpo moreno y desnudo, arte en mi nudo,
se arquea bajo el peso de mi amor encendido,
a cada curva es un verso, a cada gemido un escudo,
en el altar de mis ganas, tu placer es mi rito.
Tus pies inmovilizados por las blancas cuerdas,
testigos de la danza entre el control y el deseo,
el roce del algodón, la caricia que recuerda
que el poder y la entrega se funden en un juego.
Mis deseos son torneados por tus perfectas piernas,
columnas de pasión que rodean mi universo,
enredados en la trama de caricias eternas
donde el dolor y el gozo se confunden en un verso.
Tus senos turgentes, ofrenda a mis manos hambrientas,
montañas de placer bajo la luna encendida,
mis labios dibujan rutas, mis dedos inventan
nuevos mapas de amor en tu piel estremecida.
Y tu cabellera negra, rizada, corona de reina,
cae en cascada sobre tus hombros rendidos,
es el lazo final, la señal que me enajena,
la bandera de un reino de placeres compartidos.
Así, entre sogas, besos y miradas profundas,
mi mariposa negra, te hago mía en la noche,
y en cada atadura, el amor se deslumbra,
esclavos y dueños, fundidos en esta noche.