7 pecados capitales

Soberbia de mi dama de negro,
su piel es sombra que se ofrece sin reservas,
en la rendición, su poder se vuelve dulce sumisión.
Sus ojos se entregan, luceros de deseo prohibido,
su cuerpo, templo devoto de mi mando férreo.
En cada suspiro, encuentro la fuerza que me domina,
su voluntad, un lazo que me ata con libertad.

El ritual comienza con el saludo solemne,
codos en tierra, mirada baja en reverencia,
y el roce de mis dedos sobre su nuca,
donde coloco la cuerda negra,
un símbolo tangible de su entrega como lazos invisibles,

que atan su ser a mi mando absoluto,
marcando nuestra unión en la penumbra eterna.


Avaricia de mi bruja mística,
que anhela ser poseída con ansia insaciable.
Sus manos temblorosas suplican el toque que la gobierna,
se rinde a las cadenas invisibles que aprieto.
Cada gemido, es sumisión en mi altar de control.

El collar, pieza ritual de peso y plata,
lo ajusto pausado sobre su cuello expuesto,
una promesa que su aliento contiene,
mientras sus dedos se cierran en súplica dulce,
y la mordaza, delicada pero firme,
presiona labios y silencia el pensamiento,
el silencio así impuesto es plegaria y decreto,
el pacto para ser mi poseída en mi templo.


Lujuria de mi dama con aroma de vainilla,
dulce esclava que se abandona en el juego oscuro.
Su cuerpo, lienzo donde mi voluntad se escribe,
cada roce le dicta la música del placer y el dolor.

Sobre el altar nocturno preparo las ataduras de satén,
su piel brilla bajo la luz incierta,
y beso suavemente las ataduras de su cuello y muñecas,
mientras enlazo sus manos, trazando promesas mudas,
su cuerpo se curva, heraldo de la entera entrega,
y se rinde, ofreciendo su forma y su fuego,
el dulce signo de sumisión estampado en cada fibra.


Ira de mi mariposa negra,
furia contenida que me pide castigo y refugio.
Sus pupilas claman por la firmeza que la sujete.

Con látigo de cuero en mano, dibujo ritmos severos,
dejo que el impacto en su carne exprese tormenta,
cada marca es brazalete de dolor y libertad,
el rojo florece, la piel vibra, ella tiembla,
la flagelación es danza que limpia y renueva,
y en el sacrificio el amor se vuelve fuego puro,
en su sumisión encuentra el poder que anhela y teme.


Gula de hermosa sumisa, cuerpo perfecto,
que se devora en su deseo de ser mía completamente.
Su hambre se sacia en el rito de la obediencia.

De rodillas, me ofrece su cuello exquisito,
el anillo de hierro frío se posa en su carne,
sello de propiedad y entrega sin retorno,
cada murmullo es la aceptación del yugo sagrado,
y sus labios buscan la cadena, la correa, la orden,
en el ritual de su devoción, la gula y la espera,
en completitud, su cuerpo me pertenece,
esclava y reina en un solo latido.


Envidia de mi medusa sensual,
que se rinde a mí con celos dulces y posesivos.
Sus temores se hunden en la profundidad de su entrega.

Al vendarle los ojos, priva su voluntad de ver,
así la obliga a confiar solo en el tacto,
y en el eco de mi voz que ordena y guía,
las cuerdas que amarran sus tobillos y muñecas
son los hilos que la atrapan en un nuevo reino,
el del abandono profundo de su sumisión profunda,
en ese deseo obscuro, ella halla paz y devoción.


Pereza de una princesa de ébano,
que somete su voluntad al descanso de mi dominio.
Sus ojos cerrados guardan el secreto de su paz.

En el lecho sagrado, deslizo suavemente sus manos,
y abrazo sus candentes dedos mientras susurra pasión,
su cuerpo contra el mío es abandono y energía contenida,
el roce lento es juramento, la quietud es pacto sellado,
su respiración acompasa el ritmo de mi corazón,
y en el letargo de la sumisión, reina el poder del silencio,
su pose es entrega pura, mi dominio su dulce prisión.