En el altar sombrío de la noche, hermosa morena de ébano,
entregas tu cuerpo en sagrada ofrenda, llama viva que arde sin temor. Atarte
será mi rito, poseerte mi mandato, castigarte mi devoción, o simplemente
observar tu entrega absoluta, como quien contempla un sacrificio divino.
Escultórica fue tu forma forjada por sombras y deseo, y
ahora elijo tu lugar: en la silla del trono donde el poder se corona, en el
lecho real donde la sumisión se canta, o en la mazmorra profunda, prisión
ferviente donde mis ansias te encadenan sin clemencia.
Mis manos se vuelven plegaria, alabanza que recorre cada
curva voluptuosa, fundiendo piel con piel en un silencioso canto de dominio y
devoción. Son palmas que bendicen tu ser, que veneran el templo oscuro de tus
secretos.
Tus senos, hinchados faros de deseo, resplandecen bajo el
rocío de la noche. Mi lengua seduce el néctar oculto en tus labios vaginales,
bebiendo la esencia de tu entrega, como un dios absorto en su sacrificio.
Descanso mi pecho contra tus piernas torneadas, madera de
ébano obscuro que sostiene mi ardor, mientras las sombras de la noche
testifican esta unión de fuego y hiel. Tus muslos me aprisionan, dulce prisión
de lujuria y poder.
Corono tu cabeza con mis manos, mis dedos se enredan en tus
rizos rebeldes, indomables como el viento que niega la calma. En ese gesto
sublime, declaro mi dominio bendecido por la entrega absoluta.
Siento el aliento caliente de tu cuerpo rozar mi boca, la
lengua que explora mi garganta es el dulce abrupto de la sumisión que acaricia
el paladar. En ese contacto, el tiempo desaparece, dejando solo el eco ardiente
de nuestra unión.
Así, en esta danza oscura y sagrada, la pasión se vuelve
ritual, el deseo plegaria, y tú, hermosa morena de fuego, eres mi ofrenda
eterna en este sacrificio de sombras y éxtasis.
